La historia comenzó el sábado por la tarde con una serie de whatsappazos luego de que alguien destapó una intención de la chiquillada (Eugenio Govea, Óscar Vera e Isabel González Tovar) para impedir que la diputada de Morena Alejandra Valdés Martínez asumiera la presidencia de la Mesa Directiva para el último año de ejercicio de la Legislatura. Intención que se convirtió en un trabuco demoledor par Morena en lo que ya se conoce como «La tarde del agandalle», con una ganadora de rebote; la panista Vianey Montes Colunga, y el dominio total de Sonia Mendoza Díaz, aspirante a la gubernatura por Acción Nacional.
Voces del Congreso del Estado aseguran que la jugada fue producto de la inteligencia política de Eugenio Govea que comenzó como pateando un bote pero llegó un momento en el que tuvo tal acogida que ya no pudo controlar porque había un punto de coincidencia; Alejandra Valdés no era un «perfil adecuado» para presidir la Mesa Directiva en el último año de la Legislatura.
No dijeron si era por su aspecto físico, emocional, su lenguaje o su nula experiencia en las cosas de la política; en este argumento coincidían, incluso, sus compañeras de bancada Marite Hernández Correa, Rosa Zúñiga Luna, Angélica Mendoza Camacho y María del Consuelo Carmona Salas.
Con el problema en su propia bancada, Alejandra quiso operar por su cuenta pero lo hizo mal. La falta de oficio la llevó a confrontar en lugar de negociar y así es como la noche del sábado terminó de sepultar su oportunidad. Comenzó a enviar mensajes de reproche y de acusaciones de corrupción y otras hierbas.
Según los destinatarios, la diputada de Morena se encontraba en «estado inconveniente» así que, después de una diatriba profunda, cerraba sus mensajes con un «Te quiero, amiguito» o amiguita, dependiendo.
Las únicas que no gozaron de esa rúbrica con sabor a perdón fueron Sonia Mendoza Díaz del PAN, Beatriz Benavente del PRI e Isabel González del PRD , para ellas no hubo un «Te quiero» de Alejandra.
Podría decirse que el agandalle del 13 de septiembre fue también una lucha entre mujeres, querían destruirse pero sin hacerse daño y, en este afán, por lo bajo todas se criticaban. Que si Bety está muy gorda (¿se habrá tragado al cirujano? se preguntaban), que si Paola está muy cachetona, que si Sonia es muy creída, que si Marite es una mustia, que si Chelito es buena pa’l dinero, que si a Angélica no le hizo efecto la lipo que hizo pasar por una cirugía de la apéndice, que si Rosa es una traidora, que si Isabel es una perra. Y así se repasaron entre todas.
En ese afán, Martha Barajas casi no la libra en las críticas con sus compañeras porque, dicen, que se pasa de grilla. Charo Sánchez, como un catán huasteco, nadando de a muertito pero sembrando insidia, mientras que la antorchista Laura Patricia Silva Celis fue descubierta como la gran veleta que a todos les dice que sí pero no les dice cuándo.
Vianey Montes se sacó la rifa sin comprar boleto, casi todos creen que la pueden manipular, que es una diputada «muy mensita», pero, en realidad, es una mancornadora. Su conducta ha sido tan efectiva que ya gobernó su pueblo y probó las mieles del Senado de la República como suplente de Sonia Mendoza.
Edson Quintanar poco pudo hacer, quiso cobrar facturas, amagó, pidió favores pero no consiguió los votos para que Morena asumiera la presidencia de la Directiva. En la primera ronda tuvo 14 votos en contra. Pensó que podría en segunda vuelta pero sólo consiguió dos sufragios más. El nombre de Vianey estaba en todas las papeletas, algunas hasta con corazoncitos. Una leyenda urbana asegura que fue la propia Sonia Mendoza quien las elaboró de su puño y letra.
Eugenio Govea y Óscar Vera se divertían como enanos, mientras que Edgardo Hernández, Cándido Ochoa y Martín Juárez veían a los morenos como gallinas sin cabeza, saboreando para sus adentros la jugada política.
A la sesión no asistieron los panistas Rolando Hervert y Ricardo Villarreal. El Mijis participó en la toma de la Directiva al igual que Mario Lárraga pero de los dos no se hizo uno. Edson intentó hacer un ligue con Emmanuel Ramos pero todo estaba perdido.
Rubén Guajardo y Pepe Toño llevaron agüita a su molino. Guajardo tuvo que aguantar los amagues por su voracidad política y económica, mientras que Pepe Toño, con aspiraciones para ser diputado federal, buscó acercarse al fuego sin quemarse.
Al final de la historia, el gran villano resultó ser Mauricio Ramírez Konishi, socio en el manejo de la JUCOPO con Edson Quintanar y Rolando Hervert, a quien de cariño le dicen Señor Jirafales.
Los morenos han ejercido el sagrado derecho al pataleo, pero confrontados, se ve muy difícil que puedan revertir la historia y resulta imposible que prospere algún recurso legal de manera que, lamer sus heridas puede ser lo único que les haga reflexionar para enfrentar lo que viene y tomar conciencia de que, como decía el panista José Carmen García (que en paz descanse), el cargo dura tres años, pero la vergüenza toda la vida.
Seguiremos informando.