La actual emergencia sanitaria ha provocado una crisis económica mundial cuyos efectos ya se han dejado sentir en la producción de mercancías y en el empleo. En el caso de Estados Unidos, la tasa de desempleo pasó de 3.5% (su nivel más bajo en 50 años, en septiembre de 2019) a 14.7% en el pasado mes de abril. Aunque aún está lejos del 24.9% registrado en 1933 durante la Gran Depresión, no se descarta que para el mes de mayo alcance el 20%. Cabe destacar que, a diferencia de otros episodios de alta desocupación (1982, 10.1%; 2010, 9.8%), ahora la tasa de desempleo es mayor en las mujeres (16.2%) que en los hombres (13.5%).
El desempleo en el vecino del norte también afecta a nuestros migrantes, y con ello vendría una posible caída en el envío de remesas -que el año pasado sumaron 36,045 millones de dólares-. Este ingreso esencial para México es la segunda fuente de divisas (después de la industria automotriz) y supera a la inversión extranjera directa, a las exportaciones petroleras y al turismo.
Como consecuencia, muchas familias mexicanas, además de recibir menos envíos de dinero desde Estados Unidos, también enfrentarán desempleo. Este lunes el Presidente López Obrador pronosticó que con la crisis sanitaria se perderá un millón de empleos formales. Tan sólo en abril, respecto a abril de 2019, desaparecieron más de 450 mil empleos, según cifras del IMSS. Además, el impacto en el empleo informal también traerá grandes consecuencias, acompañado de mayor precarización de condiciones laborales.
Quedarse sin trabajo cancela un ingreso monetario para las personas y sus familias, lo que representa una tragedia para grupos vulnerables (tercera edad, indígenas). Pero el desempleo involuntario también tiene altos costos psicológicos como incertidumbre, estrés, depresión y ansiedad, que deterioran la salud física y mental de las personas. Experimentar desempleo reduce la autoestima, el sentimiento de ser útil, necesario o parte de algo. Asimismo, con la pérdida de la ocupación y el ingreso, otros fenómenos nocivos tienden a incrementarse: violencia, migración forzada y erosión del capital humano.
Por todos los efectos económicos, alimentarios y pisco-sociales negativos, el desempleo debe ser afrontado con políticas públicas integrales que ayuden a temperar el daño que sufre la persona sobre las diferentes dimensiones de su vida. En este contexto, no habría que cancelar la propuesta de un Ingreso Vital Único que permita a los nuevos desempleados sobreponerse a la pandemia. La CDMX cuenta desde hace algunos años con un Seguro de Desempleo que bien podría adecuarse para incluir a sujetos de empleo informal y autoempleo y aplicarse a nivel federal. Un proyecto así, por el bien de los más afectados, lograría mantener generando riqueza a la fuerza de trabajo de nuestro país.
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@ClauCorichi