Tengo un hábito impulsivo por lavar trastes, no entiendo porque a la mayoría de la gente no le gusta ver como el agua y el jabón deshacen nuestros rastros.
El problema es que nunca acaban y ahí voy otra vez a tratar de darle solución. Detesto ver un fregadero lleno de “muertos” como curiosamente les dicen en los bares. Estos días mi mujer ha hecho de comer como una chef con Estrella Michelín, que lo único con lo que puedo agradecer es besándola, sobarme la panza lascivamente y yendo a limpiar mi insaciable rastro de hambre previa.
Mi mujer tiene muchas cualidades y pocos defectos claro está, pero una de esas cualidades que ha empezado a enamorarme más es la forma en que maneja los alimentos, tiene un olfato para envenenarnos de amor con los condimentos, la sal, la cebolla, el jitomate, el trozo de carne (cuando hay), los nopales fritos, la pasta, las verduras cocidas; no importa que exista poca comida, ella sabe darle su toque especial.
Ayer le dije a mis hijos que gustoso iría a vender por la calle las ricas viandas que hace su madre, si fuera el caso y nos quedáramos sin nada.
Ellos, se miraron uno al otro no sé si preocupados o divertidos.