Hay una historia cherokee que me encanta y comparto contigo estimado lector: “Un anciano contaba a su nieto acerca de la lucha que diariamente se desarrolla dentro de sí mismo. Ésta era entre dos poderosos y fuertes lobos.
Uno –dijo– es diabólico, iracundo, furioso, irritable, lujurioso, arrogante, altanero, soberbio, mentiroso, falso predicador, vanidoso, resentido, ladrón, violento, abusador y asesino.
El otro es bueno, pacífico, sereno, apacible, amoroso, humilde, generoso, compasivo, fiel, bondadoso, benevolente y honesto.
— ¿Y qué lobo gana? –intrigado preguntó a su abuelo el nieto después de unos instantes de reflexión.
— ¡El que tu alimentes! –respondió el anciano cherokee.”
La parábola es formidable, nos deja una profunda enseñanza. Cada nuevo amanecer tienes la posibilidad de avivar a tus ángeles: al furioso, altanero y prevaricador, lo alimentas criticando a los demás, con tu desánimo, ausencia de fe, con tus odios, miedos, rencores y resentimientos.
Mientras que al ángel bueno, lo nutres llenando tu vida de amor, porque cuando tienes la inteligencia de despertar amor en tu vida, detonas tu poder, atrayendo una actitud de satisfacción inenarrable e inicias la labor más trascendente: la de trabajar en ti mismo, sabiendo que amar te abre las puertas para armonizarte con el universo, para sanar viejas y nuevas heridas y darte permiso de evolucionar y crecer.
A tu ángel bueno lo sustentas cuando te dejas sorprender por la vida y estás dispuesto a estar en servicio para los demás, recordando que “si el Señor te dio dos manos, una es para que recibas… y la otra para que des”.
A tu ángel bueno lo avivas cuando reconoces que si en tu vida hay injusticias… tú no asumes el papel de víctima, porque al tener la inteligencia diaria de renovar tu esperanza, eres más grande que los problemas.
Te reencuentras con tu ángel bueno, cuando valoras íntegramente el sentido del logro, cuando realizas tu tarea con pasión, con entrega total, cuando rompes con la híperseriedad y haces tuya la sanadora emoción de la alegría y del humor, que te llevan al encuentro con tu felicidad, que te conduce a luchar amorosamente por aquellas cosas con las que sueñas y crees.
Tu ángel bueno crece contigo; cuando para ti es más importante ¿el qué? que ¿el cómo?, cuando decides que valga la pena vivir cada nuevo día, cuando recuerdas que la Biblia dice: “El espíritu triste seca los huesos, el corazón alegre constituye un buen remedio y hace que el rostro sea hermoso.”
A propósito de corazón alegre, estaba un médico sentado en la silla de su consultorio, luego de tener en varias ocasiones sexo con su paciente, pensando en lo que había hecho. En su conciencia sonaba como eco: “¿Pero cómo fue posible que hiciera esto?, ¡qué vergüenza!… he fallado a mi ética profesional.”
En un acto de constricción, eleva su mirada al cielo y dice:
— Señor ¿qué hago?
Al poco tiempo de estar inculpándose de sus cargos de conciencia, observa que sobre su hombro derecho aparece su ángel del pecado que le dice:
— ¡Escúchame… no seas tonto!, ¿qué acaso no hay una incontable cantidad de médicos que tienen sexo con sus pacientes? ¿Pues qué te crees, que eres el único que lo ha hecho? Tu hazme caso, que eso es lo más natural del mundo, quédate tranquilo, ¡al fin y al cabo lo disfrutaste bastante!
— Tienes razón –dice convencido el médico al ángel del pecado–, en verdad yo no hice nada malo, simplemente abandoné a mi cuerpo, para que se dejara llevar por la hormona del placer.
No terminaba de decir eso, cuando en el hombro contrario, aparece revoloteando su ángel bueno y suavemente le refuta al oído:
— Sólo acuérdate de una cosa… ¡ERES V E-T E-R I-N A-R I O!