Ha muerto Pablo Larios, uno de los últimos porteros de estirpe; ésos que llenaban la playera con el corazón, los ovarios y el carácter, porque con el músculo nanais era un quijote. Daba gusto verlo volar como un insecto palo.
Esos jugadores eran de la época en el que fútbol se jugaba por la camiseta y las torundas llenas de testosterona, y no con el desinflamante al tobillo de las nenas y nenes de hoy. Lo recuerdo en la época del equipazo campeón del Puebla; jugaba con Mortero, Poblete, Ruiz Esparza, con el Zacatepec del «Harapos» Morales: puro corazón y calor.
Cómo no recordar su última etapa en el Toros Neza, un equipazo junto a Mohamed, Pony, Arangio, Lussenhoff, Memo Vázquez; ese equipo daba gusto verlo jugar sin atavismos futboleros: o todo o nada, goleaban o salían goleados, ése era espectáculo. También fue portero de la selección nacional.
Podría recordar todos los equipos en los que jugó, pero, solamente diría, en resumen: porterazo de época, pero como todo buen mexicano, también la cagaba.